Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1889-1890 (Cortes de 1886 a 1890)
Sesión: 11 de julio de 1889
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Réplica al Sr. Martos
Número y páginas del Diario de Sesiones: 22, 619-625
Tema: Interpelación del Sr. Romero Robledo acerca de las causas que han motivado la terminación de la anterior legislatura

He sufrido grandes amarguras durante este debate, y las paso principalmente al contestar al discurso del Sr. Martos; he pasado grandes amarguras, porque se necesita verdaderamente mucha paciencia para oír con calma ciertas cosas; y he pasado muchas amarguras, porque más paciencia que para oír ciertas cosas se necesita para no decir otras. (Atención). Una y otra paciencia necesito tener ahora por consideraciones parlamentarias, por consideraciones al puesto que ocupo y por otras muchísimas consideraciones que no hay para qué enumerar.

Yo comprendo que el Sr. Martos, suponiendo que la mayoría y el Gobierno se hayan conducido mal con él, renegara de la mayoría y del Gobierno; pero ¿qué tiene que ver la conducta del Gobierno y de la mayoría, para que S.S., no sólo reniegue de la mayoría y del Gobierno, sino de todo lo que ha hecho su señoría con el Gobierno y con la mayoría? (El señor. Martos: No; de eso no reniego). Ya lo iremos viendo, Sr. Martos.

Durante cuatro años, Sres. Diputados, ha estado el Sr. Martos en perfecta armonía con el partido liberal; durante cuatro años ha vivido en fraternal amistad con todos nosotros; durante cuatro años ha compartido desde aquel elevado sitial (Señalando a la Presidencia) nuestros trabajos, participando de todos nuestro éxitos y sufriendo todas nuestras contrariedades. ¿Qué ha pasado, qué ha ocurrido para que en el ánimo del Sr. Martos se hayan cambiado de repente la adhesión, el entusiasmo, la fe de estos días, todavía tan próximos, en el improperio, en la saña, en el odio de hoy? ¿Qué hemos hecho nosotros, Sres. Diputados, qué hemos hecho nosotros para convertirlo de repente, de correligionario y amigo, en enemigo, y para que nuestras acciones, plausibles y alabadas por S.S., se hayan trocado en obra de torpeza y de ignorancia? (Aprobación).

Antes era yo para el Sr. Martos el jefe único, el jefe indiscutible (El Sr. Martos: Ya no); antes merecía del Sr. Martos todo género de consideraciones; ahora, encuentra execrable todo lo que antes apoyaba y ensalzaba. De manera que al combatir hoy todas nuestras obras, no combate al partido liberal, no me combate a mí, se combate a sí mismo en la ceguedad de su ira. (Aprobación. -Aplausos en la tribuna pública). [619]

(El Sr. Presidente de la Cámara impone orden en la sala y el Sr. Presidente del Consejo de Ministros, señor Sagasta, continúa con su discurso).

Como que todo su discurso no ha sido otra cosa que la refutación de sí mismo, la negación de toda su historia y la obra de un suicida. (Sensación). Yo era antes, Sres. Diputados, la vida, la esperanza, la alegría del partido liberal; ahora soy la descomposición, la discordia y el fúnebre ciprés; la mayoría, para el Sr. Martos, era hasta hace días un organismo político fuerte, inteligente, eficaz; hoy es una masa anónima, mecánica, liliputiense; una mayoría fabricada por los gobernadores, y supongo yo que entre estos gobernadores no incluirá el Sr. Martos a algunos que conoce bien. (Muy bien).

¿Qué ha pasado en el ánimo del Sr. Martos, qué desquiciado ha padecido, qué decepciones ha experimentado, para romper bruscamente lazos tan importantes y para haber renegado de improviso de todo lo que pensó, de todo lo que dijo y de todo lo que hizo con nosotros? Yo declaro que en absoluto no he dado motivo alguno al Sr. Martos para esa extraña separación del partido liberal, que tanto ruido ha metido y tanto asombro ha causado en la opinión pública. Yo no puedo atribuir esto más que a la creencia de que el Sr. Martos padece algo así como de alucinación por espejismo. (Aprobación. -El Sr. Martos. Eso es de El Correo. -Risas). No sé si eso es de El Correo; pero si es de alguien más, tanto peor para S.S., porque entonces es que hay varios que coincidimos en la misma opinión (Muy bien); y debe ser así, puesto que S.S. supone con asombrosa seguridad, al menos a juzgar por el aplomo con que lo afirma, haber visto cosas que no han existido, y otras que si existieron, sin ser del todo exactas, tal como S.S. las expone son en su origen, en su desenvolvimiento, en sus consecuencias, en sus resultados y en su conjunto, del todo contrarias a la realidad.

Es cierto, Sres. Diputados, que de algún tiempo a esta parte, desde pocos días después que ocurrió la última combinación ministerial, el Sr. Martos me expresó varias veces sus quejas contra el Gobierno y contra mí mismo; es cierto que S.S. hizo de ellas partícipes a varios amigos; es cierto también, según S.S. mismo me dijo, que las llevó a sitios a los que yo creo que no se puede llevar cierto género de quejas sin faltar a los más altos respetos; pero no es cierto que las quejas sentidas que S.S. me diera las fundara en las razones, en los argumentos y en las actitudes que S.S. ha mostrado en el último discurso que ha hecho oír a la Cámara. Lo que hay, por lo que yo voy viendo, es que S.S., al ver que yo no podía ni debía atender sus quejas, se las guardó en el fondo de su corazón y ya no me las expuso más; pero en cambio, noté que S.S. se iba alejando de mi lado y que empezaba a oír o a buscar, que para el caso es lo mismo, sin duda con el objeto de que ya que no se le hacía justicia, pudiera algún día tomársela por su mano, empezó, repito, a oír o a buscar a todos aquellos que pudieran tener motivos de disentimiento con el Gobierno.

Como S.S. no podía formar una coalición parlamentaria con bandera política determinada, se asió, como un náufrago podría asirse a una tabla salvadora, a la cuestión económica, y se aprovechó de la actitud que en esta cuestión tenían algunos amigos queridos de la mayoría. Su señoría no había tenido nunca las opiniones que esos amigos; S.S. no había tenido jamás las convicciones y compromisos que esos amigos tenían; S.S. tenía las convicciones y compromisos contrarios; ¿pero qué le importa a S.S.? No se le podía presentar una ocasión más favorable y propicia a sus fines, y la aprovechó. (El Sr. Martos: Su señoría sabe lo contrario. -Aprobación en la mayoría). Después, en el alejamiento que S.S. había establecido respecto de mi persona, hablábamos muy pocas veces, y algunas lo hizo S.S., en efecto, de las cuestiones económicas, pero como refiriéndose a corrientes que había que atender. Jamás me habló S.S. de la resolución que por último adoptó. A esas corrientes de que S.S. habló, contestaba yo lo que era natural que contestara: yo no puedo atender en las cuestiones económicas a razones de escuela, porque en esas cuestiones el Gobierno es, no puede menos de ser y debe de ser oportunista, con el objeto de ir atemperándose en la resolución de las mismas a las circunstancias y a las necesidades del país.

Y le decía a S.S.: en nuestro partido, como en otros partidos, hay librecambistas, por cuyo motivo son individuos de la Asociación para la reforma de los aranceles; y hay también proteccionistas, en cuyo concepto pertenecen a asociaciones que tiene este carácter; pero, en mi opinión, ni los librecambistas ni los proteccionistas pueden hacer dentro del partido y en las cuestiones de principios y de conducta, otra cosa que someterse a la opinión dominante de su partido, sin perjuicio de que los menos procuren ganarse todos los días la opinión; añadiendo yo: los unos y los otros deben hacer eso y no ser intransigentes, porque con las intransigencias no se consigue más que desbaratar los partidos; que los menos se sometan a los más, sin perjuicio de que los más tengan en consideración y respeten las opiniones y las aspiraciones de los menos, sin lo cual no hay partido posible. En este concepto, todavía indicaba yo: no puede en términos absolutos aceptar las soluciones de que me ha hablado muchas veces el Sr. Gamazo, porque constituyen un plan completo de protección; y no puedo aceptarlas, porque como Gobierno no debo considerar sólo estas cuestiones bajo el punto de vista regional, sino que tengo que mirarlas bajo el punto de vista de los intereses generales de la Nación; y como hombre de partido, y sobre todo como jefe de partido, yo no puedo menos de tener en cuenta el enlace que existe entre estas cuestiones y las demás, y cuidar de la unión de las fuerzas que están bajo mi dirección; y con este doble carácter de Gobierno y de jefe de partido, yo no puedo estar decididamente ni de un lado ni de otro, porque si me voy del lado del señor Gamazo, puedo dar lugar a que los que piensan lo contrario que el Sr. Gamazo se separen de mí en estas cuestiones y hagan una disidencia; y una disidencia de parte del Sr. López Puigcerver, de parte del Sr. Moret, de parte del Sr. Montero Ríos y de parte de S.S. mismo, cuando estaba en las corrientes anteriores, ¡ah! esa hubiera sido una disidencia, no económica, sino esencialmente política, porque no habría sido una disidencia de personas, sino de procedencias, y en estos momentos, si yo hubiera hecho eso, y si el elemento democrático se hubiese separado del gran partido liberal, me hubieran hecho a mí responsable de las complicaciones políticas que esa desunión habría creado a mi país; y es más: en los momentos en que se trataba del sufragio universal, se hubiera creído que yo hacía eso para que el sufragio universal no se discutiera. (Muy bien).

Estas razones, que no puede menos de atender el [620] hombre que ante todo y sobre todo mire al bien de su partido y al bien del país, estas razones daba yo para no poder aceptar en absoluto las ideas del Sr. Gamazo, de un lado, ni las de los individuos de la izquierda, de otro; pero no me he negado nunca a ninguna solución que las circunstancias y las necesidades del país exigieran.

Nunca, pues, creí ni me figuré que el Sr. Martos, por aquellas ligeras indicaciones que me había hecho, y que más ampliamente me expuso mi distinguido amigo el Sr. Montero Ríos, como hoy ha recordado aquí, llegara a tomar la actitud que tomó y a hacer lo que hizo, que en mi opinión, no debía ni podía hacerlo S.S. Porque prescindiendo de todo antecedente, Sres. Diputados, es la verdad que el Sr. Martos era Presidente de la Cámara por la voluntad de la mayoría, y que esta voluntad de la mayoría se significó en favor del Sr. Martos por las ideas que el mismo señor Martos expuso a la mayoría las diferentes veces que le dirigió la palabra al empezarse las legislaturas de estas Cortes; y ni en las cuestiones políticas ni en las cuestiones económicas hizo jamás S.S. reserva ninguna; en las cuestiones económicas, dijo siempre S.S. a la mayoría, poco más o menos, lo que acabo de indicar yo, y en último resultado, lo mismo en éstas que en las cuestiones políticas, aconsejó siempre el Sr. Martos a la mayoría, que siguiera en un todo al jefe del partido, que siguiera al Sr. Sagasta. (Aplausos).

Pues bien; cuando un Presidente de una Cámara lo es con estos títulos; cuando excita a la mayoría a seguir ciertas y determinadas corrientes; cuando la acalora con el fuego de su palabra en los debates que él mismo ha de presidir, no es lícito cuando llega la hora del combate abandonar a esta mayoría. Eso, señor Martos, no se puede hacer; eso, Sr. Martos, no lo ha hecho Presidente alguno en ningún Parlamento. (Bien). Y es inútil buscar precedentes; S.S. ha querido buscarlos y no los ha encontrado. ¿Cómo los ha de encontrar, si no los hay en Parlamento alguno? Ha querido S.S. citarnos el precedente del Sr. Ríos Rosas, que es, en todo caso, el que más analogía podía tener, y aún así, está separado de éste de S.S. por una inmensidad. ¿Es que el Sr. Ríos Rosas se había comprometido nunca a apoyar aquellas famosas autorizaciones, que fueron la causa y el origen de su disidencia? ¿Es que el Sr. Ríos Rosas excitó a alguno de la mayoría a que las votara? Si S.S. se hubiera encontrado en el caso del Sr. Ríos Rosas; si la mayoría y el Gobierno hubieran propuesto la resolución de algún asunto sin el consentimiento, sin el conocimiento y sin que mediara el acuerdo previo con S.S., y ese asunto hubiese contrariado los principios esenciales que S.S. ha profesado; si, por ejemplo, al proponerse el sufragio universal hubiéramos propuesto un sufragio universal mixtificado, sin consultar antes con S.S. y sin ponerse de acuerdo con él, ¡ah! entonces, sí; entonces el Presidente podría haberse levantado a decir: "ese no es mi compromiso, ese no es mi sufragio universal; yo me separo de la mayoría". (Grandes aplausos). ¿Quién no hubiera respetado el acto de S.S.? ¿Qué mayoría no hubiera respetado la actitud de S.S., como respetaron aquella mayoría y las minorías todas la actitud del Sr. Ríos Rosas?

¡Que la mayoría hizo lo que no ha hecho ninguna mayoría! Porque el Presidente hizo lo que no ha hecho ningún Presidente. (Muy bien).

Y viene, tras del acto de la abstención, el día 23, del cual yo no he de ocuparme ya, porque hemos hablado aquí mucho de ese día; pero yo quiero decir algo que desvirtúe el mal efecto que hayan podido producir ciertas palabras de S.S. relativas a aquel momento, y he de asegurar que la vida de S.S. no corrió peligro ninguno. (Rumores.-El Sr. Martos: ¡No faltaba más!). Pues si no faltaba más, ¿para qué lo dijo S.S.? (El Sr. Martos: Porque yo no sé lo que hubiera pasado; no lo sé.-Nuevos rumores).

(El Presidente de la Cámara intenta poner orden, y el Sr. Sagasta continúa con su discurso).

No hubiera pasado nada de eso, Sr. Martos; porque aquel trance terrible en que S.S. echó tanto de menos a sus antiguos amigos (El Sr. Martos: A algunos, sí), a la mayor parte de sus antiguos amigos (El Sr. Martos: ¡Eran tan pocos los que traje!), y en que tanto agradecimiento ha manifestado a sus antiguos adversarios por haber creído que hicieron esfuerzos heroicos, hasta exponer su vida por salvar la de S.S., aquel trance terrible no existió, y esos amigos a que S.S. ha quedado tan agradecido, al menos por el juicio contradictorio que se ha establecido, resulta que no tuvieron necesidad de hacer lo bastante para merecer la Cruz de beneficencia. (Rumores.-El Sr. Fernández Villaverde: Si se refiere S.S. a mí, le diré que la he renunciado cuando S.S. me la ha ofrecido.-Siguen los rumores).

(Nueva llamada al orden; se pregunta y se acuerda prorrogar la sesión).

Debo declarar al Sr. Villaverde que yo creo que S.S. tiene muy merecida la Cruz de beneficencia, pero no por lo hecho el día 23. (El Sr. Fernández Villaverde: Contestaba a la alusión de S.S., y nada más.- El Sr. Marqués de Mochales: ¿Aludía S.S. a mí? -El Sr. Presidente agita la campanilla).

Pero, Sres. Diputados, es tanta la gratitud que al Sr. Martos le quedó por esos sucesos hacia sus antiguos adversarios, que al mismo tiempo que atacaba duramente a los amigos que lo han sido hasta hace poco tiempo durante cuatro años, quería proporcionar un desagravio al jefe del partido conservador, su amigo de hoy, afirmando que aquellos juicios acerbos dirigidos a la política del jefe del partido conservador habían sido hechos por complacernos a nosotros; o lo que es lo mismo, que al juzgar tan acerbamente como lo hizo el Sr. Martos la política [621] conservadora, lo hacía brindándole sus juicios al partido liberal; lo cual querría decir, si así fuese, que al mismo tiempo que agraviaba al Sr. Cánovas, lo hacía como una adulación a mí. Yo entrego al criterio de la Cámara esta manera singular de justificar sus apreciaciones políticas, apreciaciones políticas que jamás me comunicó. (Muy bien).

¿Es ésta la esfera de lo infinitamente pequeño a que quería venir el Sr. Martos, para buscar yo no sé qué razones, yo no sé qué argumentos, yo no sé qué ejemplos para justificar su conducta? Pues en ese terreno no he de seguir yo a S.S., porque en estos debates me gusta ir en busca de móviles altos; no gusto de fijarme en los pequeños, porque no quiero contestar con saña a la saña con que S.S. atacó a la mayoría, al Gobierno y a mí; porque, y lo digo sin alarde de generosidad; que en último resultado no había de ser por S.S. agradecida, si yo hablara por mi parte de móviles infinitamente pequeños, faltaría a mi propósito de no incurrir en las flaquezas en que S.S. incurrió, y me valdría para mi defensa de un elemento persuasivo que no considero necesario. (El Sr. Martos: Hable S.S. lo que quiera; acepto el debate bajo cualquier aspecto; aun bajo ese aspecto chico). Puede, pues, S.S., arrepentido y contrito, pedir públicamente perdón al Sr. Cánovas del Castillo; pero ¡por Dios! no diga, como disculpa, que lo hizo por servir los intereses y las pasiones de este Gobierno; porque S.S., tan altivo, tan altivo que no quiso ni aún considerar las indicaciones del Gobierno y del Presidente del Consejo de Ministros para la dirección de las cuestiones propias de la Mesa, para poder por lo menos compartir en los debates los deseos del Gobierno con los deseos de las minorías, porque creía que eso rebajaba su altura de Presidente, no puede convertirse en servidor humilde y ciego de las pasiones del Gobierno para atacar a sus adversarios. (Aprobación).

Por lo demás, la mayoría, el Gobierno y yo hemos oído a S.S. acerbas censuras, calificaciones injuriosas: pero ya podemos estar acostumbrados; antes me enaltecía a mí S.S. y deprimía al Sr. Cánovas del Castillo; ahora enaltece al Sr. Canovas y me deprime a mí. Eso puede consolarnos, Sres. Diputados, y yo deseo que eso os consuele como me consuela a mí. (Muy bien).

Ahora resulta que aquí no ha habido conjura, o mejor dicho, que no ha habido más que una conjura, la conjura de la mayoría, dirigida por mí, contra el Sr. Martos. ¿Y sabéis por qué preparé yo esta conjura? Porque me incomodé con el Sr. Martos cuando S.S. no quiso ceder a mis deseos, a mis indicaciones, encaminadas a que se ahogara la voz de la minoría conservadora en estos debates. Los resultados pueden decir hasta qué punto, en efecto, ha sido ahogada la voz de las minorías; aquí se ha discutido todo lo que las minorías han querido, nada de lo que ha deseado el Gobierno. ¿Y qué más? El sufragio universal está sobre la mesa hace cinco meses, y en cinco meses ni un sólo día ha podido ponerse a discusión. Ésta es la influencia y la presión que el Gobierno ha ejercido sobre el Presidente de la Cámara para discutir lo que el Gobierno tenía necesidad de que se discutiera y para ahogar la voz de las oposiciones.

Pero todavía es más gracioso lo que supone el Sr. Martos, es saber: que aquí no ha habido más conjura que la de la mayoría, dirigida por mí, para echarle de la Presidencia, porque a mí me estorban las personas que me han ayudado, y después que las utilizo las arrojo. ¡Ah, Sr. Martos! ¡Si yo hubiera querido echar a S.S. de la Presidencia! Pues si no había cosa más fácil; porque S.S. ponía siempre la Presidencia a la disposición del Gobierno por cualquier motivo; por todo hacia S.S. una cuestión de Presidencia; por un empleo, por un candidato? (El señor Martos: ¿Por un empleo? ¿Cuándo? Eso no es verdad; jamás). Por un juez municipal, por un diputado provincial, por un alcalde, por alguna proposición; por todo ponía S.S. la Presidencia a disposición del Gobierno. (Grandes muestras de aprobación en la mayoría.- El Sr. Martos pronuncia algunas palabras).

Con que yo no hubiera cedido a cualquier cosa de las que S.S. pretendía, me habría visto libre de la presencia de S.S. en ese sitial, si tales hubieran sido mis deseos. Pero bien sabe S.S. que no es así, sino todo lo contrario; para que continuara S.S. en ese sitio, he hecho muchas cosas que sin esa consideración no habría hecho jamás; porque continuara en ese sitio, he permitido que se decomponga el partido liberal en una de las provincias más importantes de España, y he consentido que se sacrifiquen amigos antiguos míos, consecuentes y leales. (Muy bien, muy bien).

Para que S.S. no dejara ese puesto, he hecho cosas y he intentado hacer otras que no hubiera hecho ni intentado por ninguna otra persona ni por ninguna otra consideración. ¡Hasta tal punto daba yo importancia a que S.S. continuara en ese puesto! Para que nunca jamás se me pudiera atribuir flaqueza ni debilidad respecto del elemento democrático que ha venido a constituir el gran partido liberal, yo le quería ahí en representación de ese elemento, y por eso, parte de la consideración personal que yo tenía entonces el deber y la reciprocidad de guardar a S.S. por eso he hecho lo que no hubiera hecho por nadie, para conservar a S.S. en ese puesto. Su señoría ha descendido de él porque ha querido, y lo que es peor, ha querido descender con ruido, con estrépito, para hacer daño a sus amigos, y a ser posible, para arrastrar en su caída al partido liberal. (Muy bien).

¡Que arrojo a los hombres cuando no me sirven, porque quiero quedarme solo, como el ciprés en una llanura poblada de arbustos enanos! Bien probado tengo lo contrario, Sr. Martos; bien probado tengo que, lejos de arrojar amigos, lo que quiero es atraerlos, y más de una vez se me han hecho cargos por esto, no por lo contrario; lo que hay es, que a mí me pasa lo que les ocurre a todos los que han tenido la fortuna o la desgracia de ocupar la posición que yo ocupo: que algunos amigos, y suelen ser aquellos que más motivos tienen para quedarse del lado de uno, del lado de uno se separan. ¡Flaquezas de la humanidad! Están al lado de uno mientras les crecen las alas; pero cuando éstas les han crecido, aunque esto sea a costa del corazón, apenas se sienten fuertes, las sacuden y se van, olvidando en seguida a aquel que les puso en aptitud de volar. (Muy bien).

Por lo demás, yo me habré quedado como ciprés en llanura poblada de arbustos enanos; pero la verdad [622] es, Sres. Diputados, que a la sombra de este ciprés y con la savia de estos arbustos enanos ha vivido mucho tiempo, cuatro años, con gran desahogo y muy brillantemente, aquel gigante. (Señalando al Sr. Martos.- Grandes muestras de aprobación).

Además, este campo no ha quedado tan desierto de árboles frondosos, que algunos hay, y todavía puede haber más, porque algunos árboles frondosos de que S.S. hace alarde, arbustos eran hace poco tiempo, no más crecidos que la mayor parte de los arbustos enanos que, según S.S., hay aquí; pero con el injerto de una cartera ministerial se trasformaron en árboles frondosos, aunque para mí, en prueba de gratitud, se hayan convertido en ponzoñosos manzanillos. (Muy bien.-Risas).

Después de todo, no se apure el Sr. Martos por la suerte del partido liberal, ni crea que si esos árboles han desaparecido de nuestro campo, nuestro campo queda tan esquilmado que no pueda seguir alimentando, si no a gigantes como S.S., alimentando todavía los asuntos y los cuidados del país. (Muy bien). Porque recuerdo que todas las épocas en que he gobernado, menos aquellas en que he tenido el honor de tener a S.S. en aquel elevado sitial (Señalando a la Presidencia), he gobernado, no sólo no teniendo a S.S. en mi campo, sino teniéndole en el campo contrario, y teniendo en el campo contrario otros árboles frondosos que hoy afortunadamente están en el mío. No tenga S.S. cuidado por la suerte del partido liberal, que puede continuar gobernando lo mismo, lo mismo que hasta aquí.

Pero, por si acaso, como S.S. cree que el partido liberal ha quedado tan enflaquecido que no puede gobernar, y S.S. ofrece al país sus servicios para gobernarlo en lugar de este Ministerio, contando, como S.S. dijo, con el apoyo del ciprés y de los árboles enanos, yo le digo a S.S. que esta mayoría tan desconsiderada por S.S. no debe valer tan poco cuando S.S. se propone realizar como Gobierno tan grandes empresas con esta misma mayoría; y que si esta mayoría es buena para ayudar a S.S., no dejará de ser buena también para ayudarme a mí. (Grandes risas). Y además, yo declaro que no comprendo cómo S.S., después de hacer lo que ha hecho con esta mayoría y conmigo, nos viene a pedir nuestro apoyo por si fuera llamado al poder. Yo me apresuro a declarar que no me encuentro nunca inclinado a prestar mi apoyo y mi ayuda al que empieza por injuriarme, y qua si para eso no me encuentro nunca dispuesto, menos dispuesto he de hallarme a aconsejar a esta mayoría que dé su apoyo y su ayuda a quien tanto la ha injuriado. (Muy bien).

Aparte, Sres. Diputados, de que yo tengo por sistema no dar valor a ninguna disidencia de los partidos contrarios, y por tanto, no he de dárselo, ni he de ayudar ni he de favorecer las disidencias de mi partido. No, jamás. Porque además de que sería otorgar premio a lo que yo entiendo que merece castigo, porque las disidencias son los males más profundos de la política en todos los países, porque constituyen la perturbación de los partidos, porque representan el enflaquecimiento de las fuerzas políticas sobre que se asientan las instituciones; porque, aparte de esto, repito, sería establecer en la política española un precedente fatal: el que sólo porque cuatro jefes, una oligarquía parlamentaria, se reúnan de momento, accidentalmente, sólo por ese hecho hayan de constituir una situación política y suponer que son un partido, constituyéndolo de repente y aniquilando todos los organismos antiguos. No; eso es un peligro para un país, y yo no quiero contribuir en manera alguna a que ese peligro pueda aparecer.

Y en el orden en que S.S. expuso sus ideas, aparte de la cuestión económica, en la cual no quiero ocuparme porque ya he dicho lo bastante al empezar mi discurso, me encuentro ahora, digo, con el problema del sufragio universal.

El proyecto de sufragio universal, cuyo dictamen está hace cinco meses sobre la mesa esperando a que le llegue el turno de la discusión, es tan desgraciado que aún no ha podido alcanzar ese favor. Pero ahora salimos con que el Sr. Martos no acepta ese sufragio universal como no lo acepte también el partido conservador. (El Sr. Martos: No es eso. Acabo de decir lo contrario). Por lo menos, sin el pase del partido conservador. (El Sr. Martos: Nada de eso).

Entonces, declaro que no ha entendido a S.S. nadie en esa cuestión; ni el Sr. Montero Ríos, ni la prensa, ni ninguno de los Diputados que se han ocuparlo en este asunto. Su señoría cree que no debe establecerse mientras no se pongan de acuerdo los partidos, y además, que hay que hacer tales compensaciones, que sea el planteamiento del sufragio universal una obra que acepten todos los partidos. (El Sr. Martos: No, no.-Rumores en la mayoría).

Su señoría llamó a ese el sufragio universal de la paz. ¿Es que el sufragio universal que nosotros proponemos es el de la guerra? (El Sr. Martos pronuncia algunas palabras que no se oyen).

Porque S.S. estuvo desgraciado al exponer la otra tarde su programa: tomó para lo político el programa del Sr. Romero Robledo, y llamó al sufragio universal sufragio universal de la paz (Risas en la mayoría), como lo había llamado el Sr. Romero Robledo; recogió en lo económico el programa del Sr. Gamazo, y tomó la parte militar del programa del Sr. Cassola; y como ninguno de los programas era suyo, no los ha podido combinar bien. (Nuevas risas). Y a mí me maravillaba esto; porque ¿cuándo ha tenido el Sr. Martos esas ideas? Pues qué, ¿no fue S.S. siempre el más intransigente en punto al sufragio universal? Cuando yo discutía con S.S. respecto de ciertas compensaciones que podían establecerse en el sufragio universal para quitarle cierta crudeza, ¿no me contestaba S.S. diciendo que no, que eso era la mixtificación del sufragio universal, porque el sufragio universal es la igualdad, es decir: un ciudadano, un voto? ¿Por qué, pregunto yo, con nosotros tanta inflexibilidad, y por qué ahora flexibilidad tanta para con otros?

Claro está que ningún Gobierno, cuando presenta los proyectos que encarnan sus principios, los presenta en odio a sus adversarios, porque el que eso hiciese sería un Gobierno suicida; el odio es un arma de dos filos que muchas veces hace mis daño al que la emplea que a aquel contra quien va dirigida; pero yo declaro al mismo tiempo que el Gobierno liberal no tiene que pedir la venia a ningún partido para presentar sus proyectos. Los presenta con arreglo a sus principios; los partidos contrarios los combaten conforme a los suyos; se proponen modificaciones; se aceptan unas, se desechan otras; pero al fin y al cabo, si el proyecto se convierte en ley, todos tienen el [623] deber de acatarla; porque si cada partido no ha de presentar sus proyectos de ley mientras no reciba la venia de los demás partidos, mientras no se pongan todos de acuerdo, no se podrá gobernar

De manera que, en definitiva, a través de estos o los otros móviles, de estos o de los otros propósitos, yo veo aquí dos grandes tendencias, la una enfrente de la otra. En una tendencia aparecen, como por arte de encantamiento, elementos democráticos y elementos liberales; pero es una tendencia conservadora, y la otra es una tendencia liberal; la primera viene hace tiempo deteniendo, impidiendo, imposibilitando el sufragio universal; la otra quiere que el sufragio universal sea una realidad, como coronamiento de las tareas legislativas de estas Cortes y como complemento del compromiso de honor que el partido liberal contrajo ante las instituciones, ante los demás partidos y ante el país; porque el partido liberal vino al poder con esta bandera.

¿Es que, en efecto, existen estas dos tendencias? Pues adelante. La una contará, yo espeto que por poco tiempo, con algunos elementos liberales, con algunos individuos del Estado Mayor general del partido; pero la otra cuenta con todos los demás; con todo el partido liberal, con su programa completo y con la bandera en toda su integridad.

Por de pronto, la tendencia conservadora no va ganado terreno, porque ha conseguido hasta ahora que ni siquiera empiece a discutirse el sufragio universal; pero esto obliga más a la tendencia liberal y al Gobierno que está al frente de ella, y por lo mismo, el Gobierno ofrece que así que pasen las vacaciones, lo antes que pueda volverá a reunir a las Cortes para discutir los presupuestos y el sufragio universal. (Muy bien).

Y aspiramos a esto, no sólo por las razones ya indicadas, sino porque yo no quiero que se interrumpa la corriente favorable a la legalidad que viene establecida; porque yo no quiero que nadie, en adelante, con motivo o con pretexto, tenga derecho a llamarse a engaño; porque yo no quiero que a nadie le quede dejo alguno de recelo, de desconfianza respecto de promesas solemnemente hechas; porque yo no quiero, en fin, dejar esa semilla de discordia, ni en el pueblo ese germen de perturbación, que hará muy difícil todavía la vida sosegada y tranquila de la Nación española. (Aprobación).

Y voy a apresurar la terminación de mi discurso, porque siento mucho molestaros a esta hora; pero algo he de decir de los puntos más importantes que en la última parte del suyo trató el Sr. Martos.

Habló S.S. del prestigio del Parlamento y lo que S.S. hizo fue confundir el Parlamento con su persona. Era S.S. Presidente del Congreso por la voluntad de la mayoría; la mayoría hizo una manifestación más o menos viva, más o menos fuerte, yo no voy ahora a discutirla, pero demostrando, al fin, que la mayoría había perdido en S.S. la confianza y que no quería a S.S. como Presidente. A manifestaciones semejantes se ha debido la caída de algún Gobierno; de un Gobierno que, según reconocía el Sr. Martos, representa aquí el Poder Real, y sin embargo, los Gobiernos han caído sin que por eso haya habido desprestigio para nada.

Lo que han hecho los Gobiernos ante manifestaciones hostiles de esta clase, ha sido presentar la dimisión, y eso es lo que debía haber hecho el señor Martos, y en todo caso, acudir a una votación, buscando el desagravio al agravio que creía se le había inferido; pero S.S. no quería eso; S.S. quería caer con estrépito, y con estrépito ha caído. (Muy bien).

Desde el momento en que el Sr. Martos quería continuar un mandato que los mismos mandantes le retiraban; desde el instante en que estaba resuelto a no abandonar la Presidencia ni por las manifestaciones hostiles, ni por los votos de censura, ni por ningún otro acto de esa índole, no había más medio práctico que la terminación de la legislatura, lo cual está dentro de las facultades de todo Gobierno. Si se hubiera presentado el voto de censura, todavía estaríamos discutiéndolo (Risas en la mayoría), si es que se hubieran podido continuar las sesiones, que lo dudo mucho. Después de todo, la incompatibilidad que se había establecido entre la Presidencia y la mayoría, y la tenacidad de S.S. en continuar en ese puesto, hacían imposible? (El Sr. Martos: ¿Por quién dice S.S. eso? ¿Lo dice por alguien que no está aquí? Yo contestaré a S.S. cuando llegue el caso, y aquel a quien S.S. alude le contestará en el Senado). Declaro que no he aludido a nadie. Conozco lo menos tres corporaciones en que eso ha pasado, y no digo nada de las corporaciones municipales, porque en ellas eso está ocurriendo todos los días.

Decía que si hacía imposible todo trabajo parlamentario, que así era dificilísima la marcha del Gobierno; y no hay Gobierno que se estime que no procure hacer que desaparezcan las dificultades que impiden su marcha; sin que eso signifique desprestigio del Parlamento, ni invasión de un Poder en otro Poder, ni las demás cosas tan extrañas que en la ira en que S.S. se inspiraba le ocurrieron, como le ocurrió también la idea peregrina de presentar indefensa por mi culpa nada menos que la augusta persona de la Reina y de acusarme del delito de lesa majestad. ¡No se concibe obcecación semejante! Ni yo he conocido aquí un argumento de efecto y de ocasión sobre sentimiento tan sagrado y tan augusto como el honor de la Reina, que es el honor de todos los monárquicos? (Los aplausos de la mayoría interrumpen al orador). ¡El honor de la Reina lo creyó S.S. ultrajado! Ultrajado me consideraría yo si descendiera a contestar tan sañudo ataque. (Muy bien). A mí me basta decir que la Reina, como señora y como Soberana, está a tan gran altura, que ni aún entre los enemigos más irreconciliables de la institución ha podido la suspicacia arrojar la más leve sombra que logre empañar en lo más mínimo su serena imparcialidad y el amor y el respeto que sus virtudes inspiran a todos. (Grandes y repetidos aplausos).

Así como no ha habido desprestigio para el Parlamento, tampoco ha podido influir cosa alguna en el prestigio del Poder Real, que afortunadamente nada tiene que ver con esto, porque está muy por encima de estas mezquinas pasiones, de estas miserias personales, de estas luchas de bajo vuelo, en las cuales casi siempre quedan sacrificados los más altos intereses del país a la satisfacción de susceptibilidades, de egoísmos, de ambiciones y de ingratitudes; de esta atmósfera densa y turbia de odios, de rencores y de venganzas, que no llegan al ambiente puro y limpio que [624] el Poder Real respira, para apreciar los actos sociales con aquella serenidad de juicio que aquí abajo nos falta, y con aquel criterio de imparcialidad y de justicia con que su rectitud y lealtad quieren resolver las más arduas cuestiones del Estado, en honra de la altísima misión que de la Providencia y de las leyes recibiera para bien de la Patria. (Aplausos.-Interrupciones que no se entienden en alguna minoría).

Como se ha hablado de que este supuesto desprestigio que discutimos ha podido llegar a ser también desprestigio del Poder Real, yo estoy demostrando que no. (EI Sr. Cassola: ¿Pero quién ha llevado el Poder Real a los periódicos?). Lo ha dicho el señor Martos. (El Sr. Cassola: ¿Y las conversaciones de S.S.?). El Sr. Martos acabó también, como todos los oradores que le habían precedido, diciendo que la continuación de este Ministerio era un peligro. El señor Martos, como los oradores que le precedieron, está en su derecho al hablar de peligros que pueda correr el partido liberal, suponiendo que haya podido debilitarse en el poder. Eso está bien que lo crea S.S. Yo creo, hoy por hoy, lo contrario; yo creo que el Gobierno ahora está más fuerte que lo estaba antes, porque tiene a su lado la opinión. Pero en fin, se comprende que el Sr. Martos y los oradores que le han precedido en el use de la palabra hablen de esos peligros, auguren la caída del partido liberal y digan otras cosas por el estilo, porque eso es natural que lo supongan los adversarios, y eso sucede siempre. Pero ni el Sr. Martos ni nadie puede decir que haya otra clase de peligros, porque no los hay ni los debe haber; que afortunadamente España jamás ha atravesado un periodo de paz moral y material más profunda que durante la Regencia. Claro está que debido al patriotismo de los partidos, debido a la sensatez del pueblo, que va por esta razón conquistando cada día más los derechos que al parecer se le quieren ahora escatimar, y debido, sobre todo, a las altísimas cualidades, a la rectitud y a la firmeza de carácter de nuestra Reina Regente. Pero al fin y al cabo, siquiera sea esto por suerte, el partido liberal ha dirigido desde el Gobierno durante esta época los destinos del país. Es verdad que ha habido algunas perturbaciones lamentables, que han producido sensibles desgracias; pero ¿qué país es tan afortunado que no sufra ninguna perturbación? En cambio, esas perturbaciones desaparecieron en el vacío y han venido a demostrar el aislamiento en que el país tiene a los continuos, a los perpetuos soñadores de revoluciones. La conducta del país debe servir de ejemplo a los hombres influyentes de todos los partidos, y muy principalmente a los del partido liberal, para que depongan toda intransigencia, todo interés secundario, al recuerdo de estos éxitos y a la esperanza segura de otros no menos importantes. He dicho. (Grandes aplausos en la mayoría). [625]



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